Parece tarea impracticable de antemano ponerle un título a un trabajo que enumere, describa y en cierta forma pretenda analizar la obra literaria de Ramón Minieri: toda cristalización en un enunciado tiende al despropósito, va en desmedro del conjunto, es una reducción al absurdo.
Finalmente, me decidí por el que ahora ostenta este artículo, parafraseando los dichos de la poeta Carolyn Riquelme, antologadora de Minieri. Dadas las gracias formalmente a Carolyn (doblemente, por el título y por difundir la obra de Ramón), pasaré a señalar y justificar brevemente esta referencia.
Dice Riquelme en el prólogo a La escuela de las aves. Antología poética 1982 – 2015, que Espacio Hudson publicara en el 2017: “[Ramón Minieri] es ese siempre niño, que busca traducir y modificar lo innombrable”. Ya volveremos más adelante sobre estas lúcidas palabras.
Breves datos biográficos: Ramón Minieri nació en la ciudad bonaerense de Tandil, en 1946. En su perfil oficial de la página Fundación El Libro, leemos: “Escribe poesía desde los 9 años. En Bahía Blanca, fue un desprolijo discípulo de Ezequiel Martínez Estrada y Héctor Ciocchini. Emigró a la Patagonia en 1975; trabajó como docente, bancario, galponero y oficios menores. En 1988 su tercer libro, “Fábulas de Mutación”, fue editado por el Fondo Editorial Rionegrino. Obra en prosa: “Ese ajeno Sur”, “Exhumaciones”, y dos tomos de relatos. En poesía, catorce libros (el más reciente, “Suma de cinco artes”). Prepara una antología total, y varias nuevas colecciones de poesía. Tiene cinco hijos y ocho nietos”.
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En su Historia social del arte, Arnold Hauser nos habla del artista como mago y sacerdote: complejizando la mirada del arte como profesión y labor doméstica, “el artista-mago parece haber sido el primer representante de la especialización y de la división del trabajo”, nos dice: el artista participa de la visión de otro mundo, con un lenguaje distintivo y distinguido. Este es el terreno simbólico sobre el cual trabajará Ramón, del cual ofrecerá registro, traducción e interpretación.
Los tres primeros libros de Minieri fueron publicados en las dos últimas décadas del siglo veinte: me refiero al Libro del otro reino (1982), Fábulas de mutación (1988) y al Libro de los últimos días (1991). Ya el Libro del otro reino contiene una referencia intertextual ineludible: en el Evangelio según Juan, Cristo le dice serenamente a Poncio Pilatos que «mi reino no es de este mundo» (Juan, XVIII, 36). El poeta llega para hablarnos de otro reino, otro mundo, otra realidad, con otro lenguaje y otras leyes: intentará traducir ese lenguaje para nosotros.
Este volumen, que vio la luz editorial gracias a que fue mecanografiado y multicopiado por el propio autor en una imprenta de Río Colorado comienza a sentar las bases del manifiesto poético (tácito, metatextual) de Minieri:
“El ensimismamiento de mi patria
se llama sur…”
nos dice, y agrega:
“De las edades de la patria
el sur está en las soledades…”
El poema, como todo buen poema, no ofrece respuestas, sino que dispara preguntas, genera inquietudes: ¿Cuál es esa patria a la que se refiere el verso? ¿Dónde está el sur, ese sur? ¿Tienen una localización física y específica esos puntos, esos símbolos?
Sabemos que se nos está describiendo otro reino: nada es lo que parece o dice ser:
“…porque el alambre da la vuelta al mundo
y es tan torcido y redondo como el mundo,
y se termina
acá
que es otro acá.”
El deíctico (ese tipo de palabras que aluden a un sujeto, objeto, tiempo o lugar, y que sólo adquieren significado según el contexto, como “yo”, “hoy” o “ahí”) ilumina y contamina el texto. Toda palabra se convierte en deíctico, porque depende del conjunto de palabras que lo rodean, del remoto individuo que las ha escrito, del circunstancial individuo que las lee y las pronuncia, de infinidades de fenómenos contingentes.
Acaso la manifestación más expresa de este arte y oficio esté cifrada en el extraordinario poema “Otros”, de Fábulas de mutación:
Pasa otro río sobre el río esta mañana:
garañones de niebla
cubren las ancas del agua.
Pasa otro pueblo
envuelto en ponchos de humareda
sobre los techos de las casas.
Y otros, los venideros
como si fuéramos sombras
pronuncian nuestras próximas palabras.
Nadie me diga entonces
el pueblo el río
la voz
mitades nada más
de lo que pasa.
Este discurso póetico, que conlleva luego, por añadidura o fatalidad, una praxis, sobrevolará toda la obra de Ramón Minieri.
Durante la década de los dos mil, Ramón no publicó poesía, aunque sabemos, por las huellas textuales de sus libros posteriores, que continuó escribiendo infatigable en ese registro.
Hay una respuesta aparente y/o evidente a esa pausa. En el 2006, Ramón Minieri publica, por medio del Fondo Editorial Rionegrino, la monumental obra Ese ajeno sur. Un dominio británico de un millón de hectáreas en la Patagonia.
Ese ajeno sur es, en principio, una obra monumental por sus propiedades extensivas (valga la metáfora química): son 360 páginas distribuidas en 11 capítulos, con exhaustivos anexos de notas y bibliografías. Pero también lo es por sus propiedades intensivas: Ese ajeno sur es un estudio histórico con escasos parangones en el canon literario de estas latitudes.
En una extraordinaria entrevista realizada por Hernán Scandizzo (recomiendo su localización y lectura en la red), Minieri recuerda:
“En 1999, por otro trabajo que había emprendido, di con archivos de la Compañía de entre los años 1902 hasta, más o menos, 1980, hay algunas piezas aisladas de 1982, de cuando tienen que hacer una escritura para aclarar que ya no era de propiedad británica por las leyes que se hicieron en el momento de la Guerra de Malvinas. Pude acercarme a todos los archivos de correspondencia de la empresa, además de los informes de las reuniones de directorio que se hacían anualmente en Londres, los informes de las asambleas de accionistas, las memorias y balances.
En ese momento traté de transcribir lo más posible y después, durante 6 años, estuve buscando darle un marco, encuadrarlo en la historia nacional de la época y a veces hasta en la historia mundial. Recién en 2005 tuve un panorama de lo que significaban esos archivos para la región, para la Patagonia, para la Argentina.”
Silvio Tejada ha escrito: “Ese ajeno sur de Minieri es un libro necesario, como el grito atragantado de los pueblos originarios y los luchadores sociales que empujan con el viento una voz que resiste en barricadas, su awka liwen (rebelde amanecer), como diría Osvaldo Bayer. De Roca a ruca, Ese ajeno sur, retumba en esta pampa portal de la Patagonia.”
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Luego de una década de silencio editorial poético, Minieri retorna: en esta nueva etapa, publicará al menos un libro de poesía por año, sin contar su narrativa y se dedicará a la reedición más o menos constante de sus primeras obras.
Decidí dividir esta década en dos conjuntos: el primero, hasta 2013, es el de los libros publicados como “Ediciones del autor”; el segundo, de 2015 en adelante, el de aquellos libros publicados por sellos editoriales de poesía.
En Las piedras, el agua (2010) se sostiene la mirada minieriana del otro lado, la otra cara de eso que denominamos “realidad”:
“todo ser
todo cerca
es asomarse”
(“Altas cumbres”)
o
“Resplandece la sombra
nítida
corazón de las cosas”
(“Cacerías 2”)
La empresa poética de Minieri se ensancha, se multiplica infinitamente, se torna milyunanochesca: su Libro de ciudades (2011) consta de “Manifiestos, Ensalmos, Crónicas, Oficios”; un aire oriental comienza a cubrir las estepas de las geografías norpatagónicas que habíamos creído vislumbrar en sus versos. Los títulos y subtítulos dan cuenta de este giro simbólico: “La reina loca”, “Incursión a la ruta de la seda”, “Libro de Vientos de los Sármatas”.
Muchos versos refrendan y certifican esta interpretación, por ejemplo:
“Cien mil arqueros
cada uno
dispara cien mil flechas…”
(“Arte de arquería”)
El terreno, desaforado, permite u obliga al antiguo registro de la épica como clave de lectura:
“Calfucurá
O Anzoategui
o cualquiera
la sal
cabalga el aire
y derroca sus propios imperios”
(“Última sal”)
El escenario se vuelve multiforme y profundo: el pajonal de la llanura pampeana-patagónica se mezcla con la estepa póntica de los Sármatas nómadas y con
“la placita donde fuimos novios
y antes niños
y pájaros…”
(“Oficio de fundaciones”)
del espacio y del tiempo, lo único cierto (¿cierto?) es la palabra. O mejor dicho: la memoria. En Incursión a la ruta de la seda (2012), leemos, entendemos:
“es el miedo
el que porfía
en recordar
pero
es el olvido
el que recuerda todo”
(“Comentario de un monje acerca de Mogao y de Loulán”)
Y el otro gran tópico que subyace a la obra de Ramón Minieri: el oficio (el Gran Oficio):
“sólo
ser un jardín
de nada”
(“Oficios y profesiones”)
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Hay muchas aves en la poesía de Minieri: hay alas, plumas, picos, nidos y vuelos significativos. El canto del ave se homologa al canto del poeta, suscribiéndose en una metáfora ancestral.
En El libro del otro reino (1982), el cielo es “la ruta de los pájaros” (a la manera de las kenningar de los antiguos poetas anglosajones reseñados por Borges, según las cuales la guerra es la “fiesta de los cuervos” y la sangre es el “agua de espada”).
En El libro de los últimos días (1991), el poeta se pregunta
“si es posible viajar
con el bagaje de la golondrina
construir
con la patente del hornero
vivir cantantemente
con el salario del gorrión”
En el País de la sal (2011) se nos instruye acerca de “El oficio de la calandria”. Y en De los molinos y otras lecciones (2013) aprendemos que
“esto
Nada más
sabe el zorzal
sólo tenemos
este día
Ya
no es temprano
El canto
urge”
(“de otras lecciones”).
Será tal vez la conciencia de esa circunstancia semántica que Minieri titula a su primer libro de poesía publicado por Ediciones Del Valle Bajo, en 2015, El lenguaje de las aves. Primer coloquio. Más aún, la antes mentada antología compilada y prologada por Carolyn Riquelme en 2017 para Espacio Hudson Ediciones llevó el alado y sonoro nombre de La escuela de las aves.
Nota al pie de página: imposible de eludir la referencia intertextual al Mantiq al-Tayr (Lenguaje de los pájaros o Coloquio de los pájaros), obra alegórica escrita aproximadamente entre los siglos XII y XIII por el poeta místico persa Farid al Din Attar, según la cual todos los pájaros resuelven hallar a su remoto rey, el mitológico Simurg, y al cabo de largas jornadas arriban a la montaña de donde habita el Simurg, y perciben finalmente que ellos son el Simurg, y que el Simurg es cada uno de ellos y todos ellos.
En “Artes exactas de aves rapaces”, nuestro poeta enseña su confesión de parte:
“para esto
son las alas
para mirar
sólo del vuelo
nace el canto”,
versos que me remiten invariablemente a estos otros del “Brahma” de Ralph Waldo Emerson: “When me they fly, I am the wings” (“Cuando huyen volando de mí, yo soy las alas”).
En esa antología, además, hay un “Mester de jilguería” (pululan incansables los pájaros, insisto) dedicado a Raúl Artola, poeta ya reseñado en estas OBRAS COMPLETAS.
Y hay finalmente una “Carta a los lectores. O posible arte poética” imposible de reproducir por falta de espacio en esta nota, pero de la cual rescato estas palabras:
“Desde que tengo memoria, me he visto y entendido a mí mismo como un niño que va caminando solo. Sigo sintiéndome así, a pesar de todas las buenas compañías con que he sido bendecido. Un niño que va caminando solo, buscando vaya a saber qué”.
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En 2014, Ramón Minieri vuelve a publicar con Ediciones Del Valle bajo, proyecto editorial de Viedma: en esta oportunidad se trató del volumen de ensayos Exhumaciones con el subtítulo de historias omitidas en la historia vigente. Jorge Tanos ha señalado: “Es una colección de casi una veintena de ensayos de variados asuntos ignorados o deliberadamente excluidos de las historiografías de diferente pelaje ideológico suscita admiración y emociones fuertes, por la sorpresa de los hallazgos y el rigor de las investigaciones que los sustentan como por la carnadura de personajes y los valores en que se basan”.
Los rasgos connotativos del término “exhumaciones” continúan pintándonos a este autor: exhumar es desenterrar, excavar. La verdad está oculta, lo que está a la vista no es toda la realidad, para ver-conocer-entender hay que ir más allá. Me resulta imposible no recordar la célebre frase del poeta francés Paul Éluard: “Hay otros mundos, pero están en éste”.
Hemos llegado a lo que podríamos llamar (hasta ahora) la última etapa en el conjunto de la obra de Ramón Minieri: sus últimos libros de poesía son La piel de la serpiente y otras fábulas (publicado por El Camarote Ediciones en 2017), Suma de cinco artes y Oficio de espectros (ambos publicados por Ediciones en Danza en 2018 y 2019, respectivamente).
Si bien en La piel de la serpiente… la mirada del poeta ha desplazado de los animales que vuelan a los que se arrastran, este lector no puede dejar de pensar en la serpiente original, la que según algunas versiones en el Paraíso volaba y por eso su castigo, por engañar a Eva y a Adán, fue tener que arrastrarse sobre el polvo.
Desde esa perspectiva bíblica, he leído estos versos:
“la piel
se desprendió de la serpiente
para ser ella misma
así
empezó a ser otra”.
El poeta-traductor, coherente con su mirada histórica, sigue recordándonos que todo es otra cosa:
“es que también
el viento es otro
siempre”.
Y es el viento, precisamente, el leit motiv disparador de Suma de cinco artes, que se nos presenta dividido en los conjuntos “artes de viento”, “arte de pesca”, “arte de fuegos”, “arte de varios jardines” y “arte de miel y suma de todas las artes”.
Lo que trasciende al acto es el oficio, el Yo lírico sigue sosteniendo la bandera del oficio, con el tópico y los tropos de turno:
“…el viento
el mismo viento
asfixia
bajo el polvo y la ceniza
ahora
en un país así regido
un palabrista
ha de saber hablar en barrilete…”
El oficio sostenido en su herramienta (la palabra) y su motor inmóvil (la memoria).
En Oficio de espectros, confiesa:
“esta trapera
mi memoria
se arropa
con harapos de muertos –
una canción
de hace cien años
hilachas
de palabras
escorzos
de una mano una boca
como trizas de fotos…”
(“arte de trapería”)
O como había dicho ya en Suma de cinco artes:
“como la leña
con el fuego
es preciso
que las palabras perezcan
para que alumbre
la palabra”
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En el prefacio “Sobre el cepillo y la duda”, el gran Joao Guimaraes Rosa cita estas luminosas palabras de Liev Tolstoi (palabras que yo no he hallado aún en su obra): “Si describes al mundo tal cual es, no habrá en tus palabras sino muchas mentiras y ninguna verdad”.
Nada es lo que es, lo que parece o lo que aparenta ser: es preciso traducir constantemente, renombrar, recategorizar, restituir el sentido original o aniquilarlo para siempre.
En ese sendero, en ese duro y tierno oficio de traducir lo innombrable, camina nuestro querido y admirado Ramón Minieri.
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