Alos etólogos, adiestradores y amantes de los perros nos ha intrigado el comportamiento animal: ¿nos entienden?, ¿en qué piensan?, ¿por qué se comportan de esa manera? Para acercarnos a esas y muchas otras cuestiones habrá que intentar meternos en su mente sin prejuicios desde otro prisma completamente distinto: desde una perspectiva canina.
Los perros fueron los primeros animales domesticados y son un éxito evolutivo sin precedentes. Durante los últimos 15000 años el perro ha sido más que el mejor amigo del humano, ha sido su mejor aliado. Han evolucionado de ser una posible fuente de alimento a representar una ayuda fundamental trabajando mano a mano con el humano en labores de investigación, detección, rescates, alerta médica, servicio a diferentes niveles cumpliendo una función social familiar en creciente ascensión. Los perros nos conocen mucho mejor que nosotros a ellos: cada costumbre, nuestros hábitos más personales, ninguna otra especie conoce a estos niveles al ser humano pudiendo predecir cómo nos encontramos anímicamente.
La etología clásica definía que la conducta de un animal está determinada por pautas motoras intrínsecas, adaptaciones de la especie que son productos estereotipados de la selección natural, no obstante, un acercamiento más moderno va más allá de los genes. Si bien es cierto que las diferentes conductas del perro y de los animales en general tienen como premisa mejorar la supervivencia de uno mismo o de su especie, hay factores ambientales que marcarán la diferencia. Según el biólogo Raymond Coppinger: «a las dieciséis semanas, un perro tiene ya formada su personalidad social». Este y otros investigadores destacan que el aprendizaje temprano afecta a su desarrollo cerebral por vía de las conexiones neuronales.
Según el psicólogo Edwin Guthrie, tan solo una mala experiencia podría marcar al perro. Así, un perro que ha sido privado del contacto con otros de su misma especie, en un entorno de baja estimulación visual, táctil, olfativa, auditiva, sin interactuar con el medio en el que tendrá que convivir, le será prácticamente imposible adaptarse en condiciones óptimas a nuestro mundo humano. Si a esto le sumamos una separación temprana de su familia biológica, añadiendo experiencias vividas como amenazantes en las que el cachorro ha experimentado temor, ya tenemos el combo del perro miedoso de por vida. Cuando ese cachorro llega rescatado meses después a su nueva familia, con reducida información acerca de su procedencia y experiencias tempranas, nos encontramos con un animal desconfiado, tímido, receloso, que poco a poco puede presentar conductas tachadas de «agresivas» (por ejemplo, ladrar a otras personas y perros) y que nada tienen que ver con la agresividad, son puro miedo derivado de una impronta muy mala, deficitaria o las dos cosas.
Esta cuestión no es patrimonio de los perros abandonados, es de todos aquellos que no han tenido la oportunidad de estar con su madre y hermanos el tiempo mínimo necesario (al menos ocho semanas), y hasta las dieciséis a las veinte semanas han tenido estimulación cercana a cero, sin realizar nuevas conexiones neuronales frente a estímulos nuevos que representarán todo su mundo a partir de entonces.
Vivir en un mundo humano implica sumergirse en situaciones, entornos, factores ambientales, acústicos, olfativos, además de infinidad de cuestiones que van radicalmente en contra de su naturaleza canina, y ese proceso de adaptación en mayor o menor medida es lo que va a determinar el éxito de la relación de convivencia entre el perro y el humano. Así, lo primero que debemos hacer para poder entrar en su mente será analizar de dónde vienen y qué es lo que han vivido, o posiblemente hayan experimentado.
Malentendidos
Un error frecuente con un perro que gruñe y que ladra es tacharle de agresivo sin tener en cuenta la multifactorialidad de su respuesta agresiva, tratándose de los perros, la vía de escape es la del líder de la manada. Los principales estudios que dieron lugar a teorías televisivas de líder de la manada y macho alfa dominante se llevaron a cabo en manadas artificiales en cautividad que no corresponden a la realidad del medio natural, sin el espacio, sin los recursos, incluso sin parentesco alguno entre individuos. Según la experta en lobos Elli Radinger: «El liderazgo del macho alfa es tendencia, pero es algo ridículo y absurdo», en su vida salvaje, las manadas de lobos son familias, no existe la lucha de poder, existe unidad social. Así, recurrir a un modelo simplista y desfasado de que nuestros perros no nos hacen caso porque son «alfa» es incorrecto, recordemos por un instante que somos su fuente primordial de alimentación y construimos un lazo familiar, lo que cambia todo el panorama.
Lo que sí es correcto es que cada perro prioriza qué es lo importante a nivel individual, atribuyen diferentes valores a diferentes recursos, por ejemplo, un lugar en concreto de la casa, un objeto o ser el primero en ponerse el arnés para salir. El valor que los perros atribuyen a sus recursos favoritos es totalmente subjetivo y será nuestra labor observar y tenerlo en cuenta. Cuando hay más de un perro en casa es normal que entre ellos lleguen a un acuerdo de qué es lo más importante para cada uno y no haya conflictos. Sí, pueden enfadarse, por lo que hay que estar atentos por si son episodios puntuales o sucesos que se repiten a diario en cuyo caso habrá que pedir ayuda profesional.
A la hora de dormir, el perro quiere el sitio más cómodo, y si tiene olor de la familia, mucho mejor. A la hora de salir, tiene ganas, quiere salir rápido. En la hora de comer, su hora favorita, lo antes posible para él, y todo eso lleva décadas enfocado desde un paradigma que nada tiene que ver con la realidad. El malentendido entre especies es muy generalizado en nuestra sociedad, que juega al antropomorfismo promoviendo a partes iguales perros hiperintenligentes, dominantes y humanizados. Ya basta, dejemos de lado la ficción y empecemos con la ciencia.
Un viaje sensorial
Los perros escuchan lo que para nosotros es el silencio porque alcanzan frecuencias muy altas, su agudeza auditiva les permite distinguir si la fuente de ruido está parada o en movimiento, así como hacia qué dirección se dirige, por ello, es fácil que alerten acerca de la llegada de alguien a casa o pueden reaccionar según interpreten que lo que escuchan es una posible amenaza. Viviendo en un mundo humano, deben acostumbrarse a ignorar muchos de los sonidos que se producen en casa para disminuir su estrés. Este proceso de habituación a «no oír» se produce lentamente, tened en cuenta que poseen 18 músculos en las orejas para posicionarlas en la dirección del sonido y obtener información, así que su ladrido «sin motivo» está completamente justificado: el hecho de que tú no escuches no implica que él no lo haga.
Menos desarrollado que el del ser humano, el gusto cuenta con cerca de 1700 papilas gustativas frente a las 10 000 humanas. Teniendo en cuenta esa «escasez», no es de extrañar que los perros no tengan criterio a la hora de elegir qué es lo que se llevan a la boca; básicamente, cualquier cosa susceptible de ser ingerida, son carroñeros, se comerán lo que encuentren lo más rápido posible, sobre todo si aprendió que alguien intentará quitárselo, es normal que no mastiquen la comida, ya que su aparato digestivo puede digerir perfectamente la carne (mucho mejor que los vegetales). Tened presente que el perro puede lamer prácticamente todo, desde su propio cuerpo hasta cualquier cosa que esté al alcance de su hocico, pese a que no nos guste. Esta forma de ingerir moléculas no deja de ser otra manera de relacionarse con el mundo que les rodea y obtener información de ello.
Cuando oler es recabar información
Nosotros solemos percibir los olores simplemente si nos agradan o nos desagradan, nuestro mundo parece ser inodoro y eso es debido a nuestro humilde sistema olfativo, algo que no ocurre en el mundo canino, nosotros somos más visuales, pero ellos «ven» con la nariz, porque oler no se limita a inhalar algo, es recabar información detallada, un registro preciso y una forma de trasmitir información. Cuentan con un órgano olfativo especial que les permite oler las emociones y las feromonas, pensad a nivel biológico qué gran importancia tiene esto a la hora de aparearse y evitar enfrentamientos.
Nosotros, como humanos, somos máquinas de producir olor a través de la piel, dejamos un rastro de olor por donde pasamos y en todo aquello que tocamos, es más, aunque no lo toques, si has pasado por ahí, has dejado un rastro de células epiteliales, ¿entendéis ahora por qué los calcetines son una prolongación vuestra para vuestro perro? Cuando le das ese baño de espuma perfumado que le deja como un pompón suave y achuchable, le quitas parte de su identidad, por eso no le gusta, aunque lo acepte.
¿Pueden oler el miedo? Por supuesto, pensemos que las emociones que sentimos vienen acompañadas de cambios fisiológicos en nuestro cuerpo, que liberan sustancias fácilmente percibidas por ellos. Si a mi perro no le gusta alguien, yo, como mínimo, desconfío. Y aquí no hay misticismo, hay ciencia, ya que mi perro está percibiendo algo de la fisiología de esa persona que nosotros no notaríamos ni por casualidad.
Su campo visual es muy superior al del ser humano, aunque ve en menos colores (no es capaz de distinguir el rojo). Para compensarlo, su franja visual les otorga una magnífica detección de movimiento (sobre todo perros de hocico largo, como los retrievers). Pensad que, en su mundo, la comida se mueve, lo que explica la gran obsesión de muchos por perseguir…, aunque en nuestro día a día no son conejos, sino bicis, patinetes, pelotas, etc. Existe una función biológica que impulsa dicha conducta. En el año 2008, el científico Ádám Miklósi descubrió que los perros distinguen objetos en movimiento a distancias de hasta novecientos metros, aunque incapaces de discriminarlos a quinientos metros si estos objetos están estáticos, y también son crepusculares, cuentan con muchos más receptores para detectar luz que el ser humano.
Los objetos rojos no los perciben; así, si lanzas algo rojo a un campo completamente verde, visualmente le costará mucho más que si ese objeto fuera azul o amarillo. Pero aparte de las diferencias fisiológicas clave, os habéis planteado ¿cómo sería ver el mundo a treinta centímetros del suelo, lo enorme que es todo? ¿Qué implica para un perro que no ha tenido un periodo de socialización óptimo, o para otro que, aunque lo haya tenido, vive sin salir del apartamento, o para los que se ven obligados a «enfrentarse» a otros perros y aceptar que un montón de desconocidos les toquen? Como diría la investigadora Jean Donaldson: «Un gran choque de culturas».
Hablando en perro
Al igual que los lobos, los perros se comunican a través de muchos tipos de vocalizaciones pero, ante todo, lenguaje corporal, y aquí radica uno de los grandes fallos de convivencia entre especies: malinterpretamos o ignoramos la ingente cantidad de señales que nos trasmiten en todo momento, desde giros de cabeza, bostezos, movimientos varios o incluso quedarse parados, tumbarse al encontrarse con otro perro, tened presente que siempre intentarán evitar los conflictos y un foco común de problemas viviendo en «nuestro mundo humano» es el espacio personal, ya que existe una distancia social cómoda imprescindible para garantizar la paz. Ahora bien, pensad en las aceras, estrechas, donde experimentan encuentros de primer grado, directos y de frente, eso es difícilmente asimilable para ellos.
Los perros nos miran a los ojos en busca de comunicación, pero no solo eso, un estudio de Takefumi Kikusui descubrió que los perros después de mirar a sus seres queridos liberaban oxitocina, hormona que juega un papel primordial en el vínculo materno; diferentes estudios del biólogo e investigador Rupert Sheldrake con cámaras demuestran que los perros pueden anticiparse a la llegada de sus dueños; en su libro Cuando el hombre encontró al perro, el zoólogo, etólogo y ornitólogo austríaco Konrad Lorenz, premio Nobel de Fisiología o Medicina, describió a su perro como «una inmensurable suma de cariño y felicidad», nuestra relación es, sin duda, única en la naturaleza.
El adiestramiento moderno trata en última instancia de moldear al perro a gusto del consumidor, cuando debería ser al revés: el contexto y condición personal de cada familia sería la que determinaría el nuevo miembro de la familia y casi nunca es así. El mundo del perro oscila entre polaridades extremas: del líder de la manada a la permisividad disfrazada de adiestramiento en positivo, nada de eso es sano.
Cuanto más sepamos sobre ellos y seamos más conscientes de su forma de ver y entender el mundo, más les estaremos demostrando que nos importan y que les queremos. Así, desde el respeto y la empatía, podremos por fin liberar al canis lupus familiaris de la responsabilidad de ser aquello para lo que se les educa, porque es el antropomorfismo lo que les amarra a una responsabilidad que no les corresponde.
Fuente: muyinteresante.com
La entrada Un viaje por la mente del perro se publicó primero en Fundación Vidanimal.